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Existencia ilusoria
Era una mañana lúgubre y melancólica, una mañana incorpórea e ilusoria en el exterior. Las olas de la desilusión habÃan desarraigado todas las raÃces de la lamentable mujer y la habÃan hecho náufraga. Fue destello efÃmero la pasión que vivió; pero, fue transcendente. La habÃa elevado al más allá, a un lugar embriagador, leguas de los asilos religiosos de las nubes, leguas y leguas del rigor de la existencia terrestre. La habÃa suspendido en un paraÃso de ardor efervescente donde el humano deshacÃa de las inhibiciones civiles y revertÃa al estado salvaje, gobernado por la intuición y el impulso natural del ser puro. ParecÃa que nunca nada podrÃa cavar sus siniestras garras en su alma inmaculada y arrastrarla otra vez a la conformidad gris de la realidad. Pero su idealismo la decepcionó, porque le hizo olvidar una verdad ineludible. El tiempo no cede por nadie. El tiempo empaña la lucidez de la memoria, y deslustra hasta el amor más claro. El tiempo sentencia todo a la muerte, no sólo lo concreto.
No supo qué hacer cuando el amor se fue. Su mundo se enlutó. ¡Qué mañana tan sombrÃa! Un alma que una vez habÃa fulgurado con el vigor de mil soles se hundió en un mar de amargura y quedó flotando sin destino hacia las orillas del olvido. Uno pensarÃa que el pasar del tiempo aliviarÃa sus heridas, pero la sal de las olas sólo profundizaba las llagas, y la tormenta de rebeldÃa en su alma se agudizaba con cada segundo que transcurrÃa. Sus ojos cristalinos se opacaron, y se transformaron en dos vacÃos insensatos. La negrura del amor perdido inyectó un veneno vil en sus pupilas, y es ese veneno que corre por sus venas y que rige su existencia, no la sangre ni la vida.
Empezó con un temblor leve, un estremecimiento que fue casi desapercibido, y poco a poco la fuerza cruel de la desilusión desató una convulsión epiléptica que aniquiló el fundamento de su realidad. La angustia amputó cada raÃz que la vinculaba a la sanidad. No bastaban sus fuerzas para aceptar la miseria tortuosa de la realidad; y entonces fue que la única alternativa a la muerte era el ensueño, el crear una existencia donde el vivir no era insufrible. ¡Pero sus fuerzas ni bastaban para mantener la ilusión!
En las orillas del abandono, esta mujer defraudada habita una casa solitaria y frÃa en acantilados estoicos que vigilan al mar como gárgolas siniestras. Su rostro se encuentra tan sólido y fúnebre como una lápida sepulcral, pero tan risueño como muñeca de porcelana. DÃa tras dÃa, mira con tierna nostalgia por la ventana que da hacia el mar, cosiendo hilo por hilo el tejido de su existencia. DÃa tras dÃa, regocija en felicidad que no existe, susurra piropos de un amor perdido, y sonrÃe en el calor del sol. Pero en los momentos que su convicción falla y sucumbe a la tentación de la verdad, en los momentos que la realidad triunfa sobre el delirio desenfrenado, lluvias torrenciales apagan la lámpara solar. En esos momentos, hasta cuando hay sol, está nublado. Desde el dÃa que el amor se fue, siempre estarÃa nublado, y siempre serÃa esa misma mañana lúgubre y melancólica, concreta y verÃdica en el interior.
Lucia Baca, PC ‘17