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Contracaras

 

Lorena en medio de un bar, de ese tipo de bares que la gente no suele frecuentar, sentada al frente de una tarima vacía contemplando en ella su más allá, así como las otras nueves personas que coexistían en este lúgubre, sucio bar, como sí la vida les hubiera trazado el camino a este lugar de penas desechas, de sueños derrumbados y de esperanzas perdidas.

 

Cada uno compartía un trago que bebían uno a uno lentamente, con entrega y paciencia por cada uno de los fantasmas de su triste pasado que los acompañaban aquella noche. Brindaban por la personas que fueron y que jamás volverían a ser, por las puertas que cerraron y que jamás verán abrirse otra vez y brindaban aún con más fuerza por esa maldita culpa que los anclaba a este mísero lugar.  

 

Esta era una noche especialmente larga y profunda para muchos. Se reconocían y se respetaban unos a otros, mantenían un orden para que sus penas no perdieran su rumbo y para que el destino de cada uno no interfiriera con el de los otros. Era un juego silencioso y oscuro cuyo aroma se sentía al atravesarlo, su textura al rozarlo y su inmensidad al mirarlo. Era una bruma que coexistía con estos seres como yo, a quienes la vida los tomó por sorpresa y sin preaviso y los envolvió con la maraña del destino, atrapándolos para dejarlos anclados en este barco desolado de sueños perdidos que no navegará nunca más.

 

 La cara de Lorena

 

¿Quién era Lorena? Esa era una de las múltiples preguntas que logré hacerme al verla sentada en esa banca de metal oxidado. ¿Quién podría ser esa mujer de piernas largas que esconde su rostro en la penumbra de la noche, esa mujer que invita a ser conocida pero cuyos miedos transpiran a kilómetros creando una barrera única, irrompible, que sólo puede ser vista en su sombra? Aún así, llegué a conocerla. ¿Cómo? Todavía no lo sé. Sólo sé quién es Lorena, una mujer que pide impares sus copas para no retar a la mala suerte, que esconde su mirada del espejo por miedo a encontrar su realidad, que los Domingos quema sus penas en la iglesia para no desafiar a Dios. Esa era Lorena, una mujer con una larga historia, con un perfil enloquecedor y un mundo de frustraciones y miedos que la llevaban a refugiarse en la oscuridad del bar. Pero, ¿cómo sería Lorena desde este lado?

 

Lorena era una mujer solitaria desde su niñez, sin familia cercana y dejada al azar con su abuela que había perdido la lengua desde muy pequeña. Una niñez desierta, con sólo sus fantasías para darle frente a su destino. Lorena encontró su libertad al conocer a Ernesto, un foráneo que visitaba la ciudad para vender algunos de su grandes inventos. No eran ni tan ingeniosos ni mucho menos útiles, pero la gente siempre tiende a necesitar lo que no tiene, lo que no conoce, lo increíble, lo inimaginable, lo no creado, sólo por ese incómodo sentimiento de vacío profundo que siempre sale a flote al pensar que la vida es un “todo o nada” en vez de aquel perfecto balance de imperfectos, de sueños elásticos y realidades duras. En fin, la vida de la desolada Lorena era una vida sin tiempo ni espacio, como un viaje largo, estático, en el tiempo de una joven que empezaba a nacer con el alba y a su vez se apagaba con el cerrar de sus ojos en cada anochecer. Muy pronto el tiempo mostrará dónde el destino jugó con ellos y cómo sus historias fueron finamente tejidas para ser encontradas en este lúgubre y oscuro bar.

 

Aurora Mezzogiorno

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